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La Lluvia

-Me parece injusto que no participemos. Debería ser una fiesta, para Chaac y para todos.
-Mi niña, el Consejo de Ancianos, y los chamanes, son las personas indicadas para invocarlo, se ha hecho así durante muchas, muchas lunas, tantas que no se pueden contar- le dijo su abuela mientras la acariciaba para consolarla.
-Hace muchos tiempo que no llueve. El agua es necesaria para la tierra y las cosechas.
-Es así mi niña, es así.
-Por eso hay que hacer una fiesta, que disfrutemos y nos alegre el corazón, como nos alegra la lluvia al florecer la siembra.
Alitzel es feliz, su risa es contagiosa y se escucha de todos lados. Es curiosa y no se deja vencer fácilmente, cuando tiene una meta se esfuerza para dar lo mejor de si y lograrla.
Voy a ir hablar con Itze y plantearle mi idea- se dijo.
-Buenos días Alitzel ¿Cómo estás? ¿Qué te trae tan temprano por aquí?- le preguntó Nikté la esposa de Jefe de la tribu.
-Buenos días. Quiero hablar con Itze.
-No está.
-¿Y cuándo vuelve?
-No lo se.
-¡Ufaaa!
-¿Te puedo ayudar?
-Es que quería pedirle que llevara mi genial idea al Consejo de Ancianos.
– Tendrás que esperar.
-Gracias Nikté.
-Ma’alob K’iin – agradeció resignada.
-Ma’alob Kíin Alitzel – Ma’alob K’iin.

Después de despedirse y saludarse afectuosamente, Alitzel sintió un alboroto que la briza traía desde no muy lejos. Su curiosidad y la intriga de saber que estaba pasando, la hizo descubrir que eran sus amigos que jugaban alegremente. Enseguida se unió a la diversión.
En un momento dado, mientras giraba en círculos, agarrada de las manos de Sasil, miró el cielo; estaba despejado y la luz del sol era muy brillante.
-¡Paremos paremos!- gritó emocionada.
Sasil la miró atenta e intrigada por saber que le pasaba.
Luego de contales a sus amigos su gran idea, se pusieron a bailar y cantar, a imitar la naturaleza.
El croar de las ranas pidiendo lluvia, también movían sus cuerpos como cuando el viento acaricia las finas y delgadas espigas del maíz.
Hacían música golpeando troncos, vibrando las lianas que mantenían tensas, era una gran fiesta.
Se divertían, reían y disfrutaban alegremente. De a ratos invocaban a Chaac. Tan concertados estaban que no vieron como Itze y sus guerreros los observaban.
No demoró en nublarse y ponerse a llover, pero ellos no pararon de festejar. El agua trasformó la tierra en lodo, en barro, que usaron para seguir jugando alegremente.
Estaban sorprendidos. Tiempo después Itze narró lo sucedido al Consejo de Ancianos. No todos estaban de acuerdo con cambiar la forma de invocar a Chaac.
-¡No es cosas de niños!- dijo uno de los integrantes.
-¿Por qué Chaac respondería a su llamado?- preguntó otro.
-Yo lo vi – respondió Itze tratando de convencerlos.
Dialogaron e intercambiaron ideas, hasta discutieron, pero al final decidieron darles una única oportunidad a la nueva forma de hacerlo, aunque no muy convencidos.
Al ver esto Chaac los bendijo con su resfrecante y floreciente lluvia, desde ese momento todo cambio.

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La curiosidad de Venti

Venti es muy curioso. Le encanta pasear al sol de la mañana en busca de cosas raras y diferentes, aquellas que lo asombren.
Una mañana, volaba en busca de refrescante sombra, cuando por primera vez sintió que el piso se movía, que podía vibrar. Una nube de polvo se levantó. Su curiosidad empezó a despertar.
«¿Qué sería eso tan raro que estaba pasando?- se dijo.
Un sonido estridente lo sobresaltó, lo tomó por sorpresa y casi lo hace caer del árbol, si no volaba haciendo equilibrio, terminaba en el piso.
Como su curiosidad era tanta, decidió ir en busca de aquella cosa rara.
Planeó disfrutando del sol aunque hacía mucho calor. El resplandor le molestaba los ojos; entonces fue cuando encontró aquel espectáculo inesperado.
Se paró en un árbol junto al río, refregó sus ojos, pues no podía creerlo.
Venti conocía muchos animales, los picabueyes los liberan, los limpian de todo tipo de insectos, garrapatas y bichitos. Era amigo de búfalos, rinocerontes, impalas, cebras, jirafas, pero eso que estaba frente a él no era ninguno de esos.
¿Qué será esa enoooorme roca que se mueve y hace ruido?
Venti recordó lo que le decía su mamá antes de salir:
—Puedes jugar y pasear por donde quieras, solo cuídate de lo que no conoces.
La curiosidad de Venti era muy fuerte, así que en ese momento no se contuvo y voló a ver de qué se trataba.
A medida que se acercaba aquellas gigantescas moles, eran más impresionantes aún.
-Buenas tardes, saludó mientras se paraban en el lomo.
Nadie contestó; todos estaban concentrados en tomar agua y tirarse refrescante lodo por encima.
Venti volvió a saludar, pero nadie le contestó. Solo sintió enojadas y malhumoradas miradas.
Un chorro de agua intentó tirarlo, pero Venti reaccionó justo a tiempo.
—Una vocesita tierna y curiosa preguntó:
—¿Qué pasa ahí arriba? —papá.
—Nada, nada, solo es un molesto pájaro.
Al ver que más abajo alguien se interesaba por él, ventí voló y se posó en su lomo.
—Hola, soy Toto, ¿y tú?
—Soy Venti. —¿Eres una roca? —le preguntó intrigado.
—Nooo, soy un elefante.
—¿Un qué?
—Un elefante. ¿No ves que tengo enormes orejas, piel arrugada y mi trompa es larga?. Le respondió mientras las movía alegremente, haciendo con su trompa un sonido pegadizo.
A Venti le encanta hacer música con su silbido, pero a los demás les parecía muy desafinado. Tímidamente y de a poco se sumó al barritar de Toto, que sacudía su cola con ritmo, como si fuera una batuta de director de orquesta.
Juntos disfrutaron de hacer melodía.
Así fue como Venti conoció a los elefantes y se hizo un nuevo amigo con el que compartiría nuevas aventuras.

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Lenguitas de gato

-Catalina es hora de ir a dormir- le dijo su mamá, mientras salia de la cocina en su búsqueda.
-No quiero, déjame un poco más.
-Lavate los diente y a la cama, que mañana hay que levantarse temprano.
-Ufaaaaa, no quiero.
-Dale. Dale. Vamos
Catalina se tomó todo el tiempo del mundo, no tenía ningún apuro para acostarse. Buscó en el ropero su pijama preferido, el del cosmos, ese que brillaba en la oscuridad y que traía a su habitación el más vivo universo. Dejó ordenada la pila de pijamas, se calzó sus pantuflas de unicornio, no quería sentir la fría baldosa del baño, bostezo un par de veces y se puso a lavar los dientes, los cepillaba de abajo hacia arriba sin ningún apuro, de repente se abrió la puerta suave y silenciosamente.
-Vamos a ver como quedaron de limpios – le dijo su mamá mientras le acariciaba una mejilla. A veeeeerrr… muy bien… A dormir entonces…
Ante de que Catalina se metiera en la cama se dieron un sentido abrazo, como todas las noches. Su mamá no perdía la oportunidad de decirle cuan orgullosa estaba de ella y que la ama con locura.
-Mamá me contás la historia de la abu Lola.
-Otra vez… Van cinco noche seguidas que te la cuento
-¡Por favor mamá!, ¡por favor! ¡me encanta!
Ésta bien, esta bien…
Hace mucho tiempo atrás el abu Gregorio y la abu Lola, decidieron que comenzarían a festejar la noche de Halloween con una fiesta de disfraz a la que invitarían a familiares, amigos y vecinos.
Decorarían la casa y el jardín con todo tipo de calabazas tenebrosas, arañas, algún que otros espeluznante espantapájaros, muertos vivientes y un sin fin de decoraciones aterradoras. Para eso distribuirían tareas.
Los preparativos comenzaban tres semanas antes, para el cumpleaños de tu tío Alberto.
El momento más esperado sin duda para muchos no era el de la torta, sino cuando la abu Lola nos llamaba al comedor para que sacáramos papelitos porque tu tío Víctor y tu tío Hugo nunca no se ponían de acuerdo, los dos querían usar siempre el mismo disfraz.
Yo estaba muy atenta a tu tío Luca, si no le gustaba el disfraz que le había tocado, intentaba hacer trampa y cambiarlo, y eso no me parecía justo.
Los disfraces eran de lo más variados. Vampiros, ángeles endemoniados, zombies, y un sin fin de posibilidades más.
Todos orábamos, rogábamos por sacar el papel en blanco porque era el único que te daba la posibilidad de usaras tu imaginación y crear un disfraz original, diferente, uno con el que lucirse. Todos queríamos tener el disfraz más lindo, mas creativo y diferente.
El año en que tu tío Alberto cumplió los doce la abu, se puso como meta, además de los característicos dulces clásicos, quería hacer algún tipo de dulce o galleta diferente, una con la cual pudiera contar historias terroríficas.
Lo primero que pensó fue en hacer unas galletas con forma de dedos. Le echaría salsa y diría que estaban ensangrentados y que se los sacó a los niños que le querían robar dulces. Después de un rato lo descartó era para su gusto un poco macabro.
Otra idea fue hacer jugo de remolacha, disfrazarse de vampiresa y ofrecerlo como si fuera sangre, la más deliciosa y exquisita sangre pero eso no era tan terrorífico
Podría decorar huevos de codorniz como si fueran ojos verdaderos y comérselos delante de todos pero le pareció, poco creíble.
Mientras cocinaba la masa para una rica tarta, se apareció ronroneando por la cocina, Noche, nuestro gato. Le habíamos puesto ese nombre porque era totalmente negro.
-Viniste a hacerme compañía o solo en busca de comida- le dijo.
A lo que noche sacudiendo el lomo y saltando a un taburete alto dijo:
-Miauu
-Bueno, bueno- ya te doy de comer, termino y te doy.
La abu Lola siguió concentrada en preparar la cena, hasta que en un momento lo vio lamerse, y ahí se le prendió la lamparita…

¡Ya se! – se dijo- voy hacer unas galletitas alargaditas, voy a decir que son lenguitas de gatos. Las voy a producir para que se parezcan. Me disfrazo de una horripilante bruja y cuento tenebrosas historias de como las obtuve.
Fue así como la abu Lola inventó, las lenguitas de gatos.
Para ese entonces Catalina dormía tranquilamente. Su mamá la cobijo, apago la luz y se fue a cocina a disfrutar de unas galletitas.

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Literatura Infantil – Escritor Uruguayo